Abuela

El día que vuelve a su pueblo. Vamos a cenar a un restaurante. Al terminar la cena mi abuela pide que le dejen fumar dentro, que fuera hace frío y no está la noche como para una fumadora de su edad. Trae su propio cenicero portátil en el bolso para no ensuciar nada. Los camareros no se atreven a decirle ni que sí ni que no. El dueño del restaurante viene a la mesa y le autoriza a fumar cerca de la ventana. Abrimos la ventana y el aire de fuera sopla el humo hacia dentro, donde hay unos padres con unos niños pequeños. Mi tío le llama la atención a mi abuela, “estás ahumando a los niños”. Mi abuela contesta sabiamente, “esos niños deberían estar en la cama”. Los padres se llevan a los niños fuera con gesto torcido. Por un momento se restablece la cordura en el universo: el humo del tabaco vuelve a una sobremesa nocturna y los gritos de los niños dejan de oírse resturante.

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