Ayer fuimos a la Taberna de la Alabanda a ver / escuchar la narración que hace cada martes Héctor Urién de Las Mil y Una Noches. A las diez cierran los bares, a las once toque de queda. Esta ordenanza deja un hueco extraño entre las diez, hora en que a uno le echan del bar a la calle y las once, momento en que a uno le echan de la calle a casa. Para aquellos a los que nos cuesta volver no queda otra cosa que vagar por las calles, que ayer eran todo un espectáculo bastante más interesante que el de las luces navideñas de hace un par de semanas. En cada esquina se deshace una montaña de nieve, cada una a su manera, adquiriendo todo tipo de reflejos, irisaciones, escombros, ramajes y polvaredas. Más allá de lo repugnante que pueden resultar los montoncitos de nieve urbana al cabo de unos días, si logramos verlos como una instalación artística, llegaremos a apreciar la belleza tan poco evidente que presenta la evolución caprichosa de estas amalgamas en las que el hielo atrapa las excreciones de la ciudad y nos las exhibe.
La agonía tan sucia de la nieve urbana siempre me ha parecido muy digna de ser cantada. Este es de hace veinte años, como casi todo:
A UNA AMIGA
Lo que hoy no construyas
mañana será un solar vacío,
donde el sol se bebe el color de las serpentinas,
donde el barro está marcado
con las suelas de invitados que se fueron
cuando ya estabas dormida,
borracha en el sofá que te dejó tu madre muerta.
Donde hoy no construyas
será el solar donde hay una piñata abierta en canal
repleta de sorpresas de cinco duros
que nadie quiso llevarse a casa
repleta de carracas que jamás giraron
y matasuegras que nadie desenrolló
como la lengua de una mariposa.
Te lo he repetido mil veces:
Que vendrá la nieve
Y que sólo será bella en los tejados,
Allí no la pisa nadie
no ennegrece
no se hace lodo frío y sucio
Pero ayer no construiste
Y hoy es un solar vacío,
rodeado de paredes decoradas con corazones de tiza
en que grabaste con toda tu dulzura
iniciales de nombres que ya no sabes cómo terminan.