Se nos fue este sábado una persona que en realidad no se va a ir nunca, porque el día que entró en nuestras vidas las cambió, y esa es la manera de no irse jamás de la vida de uno. Gracias a él vi por primera vez un plató de televisión por dentro, el guión de una serie, las bambalinas de un teatro, un camerino, conocí a la cuadrilla de un torero, escuché un tango y sobre todo, escuché historias bien contadas en una sobremesa, que es el arte que más admiro… hoy le escribo un obituario en el en ABC
EL GRAN NARRADOR
Todo el mundo sabe lo que hace un actor, el director de cine, el cámara, el maquillador, el músico, el guionista. No muchos entienden lo que hace el productor, pocos lo relacionan con el proceso creativo, los más piensan acaso que su función es la de pagar la fiesta. Poner el dinero, o más bien encontrarlo, o sencillamente hacer que la cosas salgan como sea, es una de las muchas funciones del productor. Joseph Conrad definió involuntariamente la labor del productor cuando describía lo que hacía un representante de mercaderes de efectos navales en los puertos del Océano Índico: “no tiene que examinarse de materia alguna de cuantas existen bajo el sol, pero debe estar dotado de Capacidad en sentido abstracto, y demostrarla en la práctica”. Es decir, tiene que saber hacer que las cosas ocurran y que los problemas se resuelvan, tiene que saber casar al director con el actor, al guión con el presupuesto, al novelista con el adaptador, si un actor tiene un accidente tiene que encontrar otro en el menor tiempo posible sin que el espectáculo se pare, si un día de rodaje llueve inesperadamente tiene que encontrar un lugar donde rodar una escena de interiores, pero sobre todo, un productor tiene que tener el olfato para identificar los grandes temas, encontrar buenas historias para representarlos y saber juntarlas con el talento necesario para crear con todo ello un producto para la pantalla o el escenario.
Si hay alguien que para mí ha definido como nadie la figura del productor, ese ha sido José Sámano, que ayer nos dejó a todos. Sámano era un productor todoterreno, lo mismo hacía cine, que teatro o televisión, de una manera casi artesanal, rigurosa, con una gran atención a cada detalle del proceso, estaba encima del guión, de la dirección, del presupuesto, de la logística. Buscaba la excelencia en cosas con sustancia, su compromiso no era tanto con el entretenimiento como con la cultura y la autenticidad, en eso representa muy bien a un cierto tipo de productor europeo (en vías de extinción) que formaba parte de la intectualidad. La lista de títulos es larga y conocida, abarca cinco décadas y se cuenta por decenas: en el cine, por nombrar algunos títulos Retrato de familia, Operación Ogro, Esquilache o Magical Girl, en teatro Cinco horas con Mario, Mujer de rojo sobre fondo gris (ahora mismo en el Bellas Artes), en la tele hizo un tándem muy exitoso en los 80 y los 90 con su pareja de entonces, Mercedes Milá, quien no recuerda aquel ¿Queremos saber?, que fue uno de los grandes formatos de entrevistas que ha dado la televisión en España.
Pero José Sámano era mucho más que uno de los grandes productores que ha dado este país. Yo me atrevería a decir y pienso que esto lo corroborarían muchos de sus amigos, que no he conocido a un conversador como él. José retenía en su prodigiosa memoria y en la punta de la lengua fragmentos de novelas, todo tipo de poemas, los titulares y las columnas de muchos periódicos, los pases de muleta y de capote con el que habían tocado la gloria los toreros que le fascinaban y los que seguía por España, las letras de los tangos más bellos, los nombres y apodos, las fechas y los rincones que apuntalaban las anécdotas que destilaba laboriosamente hasta convertirlas en parte de un repertorio inolvidable y muy solicitado por sus muchos amigos en todo tipo de sobremesas y a cualquier hora intempestiva.
Escuchar a José Sámano contar una historia era asistir a un verdadero espectáculo, podía alargarse media hora sin hacerlo largo jamás, sabía desviarse para pintar una cara, describir un modo de andar, un traje, el interior de una casa, una inflexión del habla, y sin embargo no perdía jamás el hilo, siempre volvía a la trama central de su narración, sabía administrar los relatos para ir construyendo la carcajada final, y era capaz de retener la silenciosa atención de un salón lleno de personas o de una mesa enorme en un restaurante, expectantes por llegar a un nuevo giro de una historia con la que seguirían riéndose días y días. Daban ganas de aplaudir cuando terminaba, y la guinda venía cuando al final se ponía de pie y remataba la sesión con un tango a capela, Garufa, pucha que sos divertido…