Hace un par de días, me di un paseo por la Sierra de Hornachuelos y me he acerqué con sigilo y unos prismáticos a un pequeño pantano muy apartado de todo, en el que al cabo de varios años he ido descubriendo e identificado varios tipos de aves con querencia al agua. Hacía tiempo que no me topaba con un ave nueva para mí, que es algo que me hace la misma ilusión que le hace a un niño encontrar aquel cromo escaso que le falta para terminar su álbum.
A lo lejos veía ya flotar un par de aves oscuras sobre el agua, pensé que serían dos previsibles azulones machos. Según me acercaba, vi que eran demasiado oscuros, los picos algo más cortos, sin esa marca blanca de las fochas. A cada poco se sumergían y volvían a emerger. Me acerqué más, arriesgándome ya a que me vieran y alzaran el vuelo, pude distinguir una pequeña mancha amarillenta en la cara de uno, luego me vieron y en vez de salir volando, se sumergieron y no volvieron a salir. Tiré un par de piedras al pantano, los tres perros con los que iba se lanzaron al agua, pero de ahí no salió nada, ni siquiera se percibió movimiento alguno. El pantano estaba cubierto de algas y bastante turbio. Pasé un buen rato mirando hasta que por fin pude localizarlos, flotando a ras del agua, asomando solo medio centímetro del lomo y un poco del pico, lo suficiente como para respirar sin ser visto. Ambas aves aguantaron más de diez minutos así, y no volvieron a emerger el tiempo en que estuve junto al pantano.
Al llegar a casa, consulté una guía ornitológica y deduje, por el color, la mancha de la cara, la época del año y el comportamiento, que se trataba de un zampullín cuellinegro (podiceps nigricollis). Los zampullines por lo visto, durante su época de cría pueden doblar su peso, y ser incapaces de volar durante semanas. Incluso cuando pueden volar, prefieren no hacerlo, y se quedan en el agua, sumergidos de esa guisa. Esta estrategia de quedarse en el pantano, sin irse a ninguna parte, pero en un estricto stealth mode me pareció digno de elevarse a proverbio: hacerse el zampullín. Podría aplicarse a fiestas (bodas, por ejemplo) o comidas en restaurantes, en las que una persona trata de evitar a toda costa ser vista por otra y tener que saludar, pero manteniéndose siempre en el mismo espacio que la persona que quiere evitar.