El Prometeo de la canción del verano

Me han publicado este artículo en Mujer Hoy, el encargo era que escribiera 900 caracteres sobre una anécdota veraniega y yo entendí que escribiera 900 palabras. Incluyo aquí el artículo original que tuve que recortar a su mínima expresión.

Siempre he estado de acuerdo con esa cita que proclama que “la verdadera patria del hombre es la infancia”, pero en mi caso –y sospecho que es el caso de todos aquellos que no han vivido infancias traumáticas– haría la precisión de que la verdadera patria del hombre no es tanto la infancia como los veranos de la infancia. Soy incapaz de recordar nada de los octubres y los marzos de mi niñez, pero hasta donde empieza mi memoria no hay un solo verano infantil del que no pudiera rescatar algún episodio, la excursión a un faro en un pueblo cercano, la proeza de subir una cuesta imposible en la bicicleta de tu primo mayor, la tarde en que por fin la vecina nueva nos habla y nos dice su nombre. Esas experiencias iniciáticas son los cimientos sobre los que se asienta firmemente la memoria de esos veranos de la infancia, pero una vez pasados esos veranos, pasada la infancia y estando ya iniciados en todo lo fundamental, la memoria de los veranos precisa de otros cimientos para asentarse, y no hay otro cimiento más perdurable que la canción de un verano. No sé ustedes, pero yo no recuerdo ya los veranos por sus fechas, sino por las canciones que se convirtieron en sus bandas sonoras. Para vivir un verano y revivirlo después en el recuerdo, uno debe descubrir su canción del verano, y si uno no es capaz de encontrar la suya propia, que no se preocupe, terminará teniendo la que imponga la radio. La canción del verano es un hechizo de eficacia fugaz, dura lo que dura un verano, sirve para hacer que todo el mundo entre en catártica comunión durante tres minutos, tanto el de Vox como el de Podemos, ofrece una coreografía sencilla que permite unirse al baile al bebé, a la abuela reumática y hasta al borracho que casi no se tiene en pie, ysobre todo, concede la oportunidad de salir al encuentro del amor.

Hoy en día tenemos en nuestro bolsillo la posibilidad de acceder a decenas de millones de canciones para encontrar nuestra canción del verano, es más, hoy son ya las propias canciones las que nos encuentran a nosotrosmerced a los algoritmos. Pero por mucho que sea uno el que encuentra la canción o sea la canción quien le encuentre a uno, jamás un tema alcanzará la categoría dehimno oficial de un agosto si no genera un consenso amplio en el grupo con el que aspiramos a perseguir juntos la felicidad. Por tanto, toda aquella canción que propongamos ha de pasar por una fase de candidatura y competir contra otras muchas que otros proponen, y al final, aquel que trae la canción que prevalece, obtiene la gloria de Prometeo que trajo a sus congéneres el fuego de los dioses.

Me cuenta mi padre que hubo un verano en que conoció la gloria de ser el Prometeo de la canción, y de qué canción. Piensa que fue a finales de los sesenta, cuando se fue con su primo Juantxu de grumete en un barco de recreo que unos amigos de mis abuelos iban a vender a unos franceses en Port Bou. Llevaron en un camión el barco desde Lequeitio (Vizcaya) hasta el delta del Ebro y desde ahí lo subieron por la costa y parando porlos puertos hasta llegar a Cadaqués, lugar con el que soñaban porque habían oído que allí había boîtes donde iban las francesas. Juantxu y él, que hasta entonces solo habían veraneado en Lequeitio, se hicieron fuertes en la barra y comenzaron a observar el panorama, querían ver cómo bailaban los franceses con las francesas, cómo vestían, qué música escuchaban. De repente el pinchadiscos de la boîte pone una canción que pulveriza todos los códigos que establecen el nivel de pudor en una pista de baile, hombres y mujeres se acercan mucho más, se agarran, se miran con ojos cargados de proposiciones sobreentendidas, la canción estaba en francés, cantan a dúo un hombre y una mujer, hay gemidos explícitamente eróticos, mi padre y Juantxu escuchan atónitos una música hasta entonces impensable, les queda claro que se trata de un vinilo que ha entrado clandestinamente en la España de Franco y que ha burlado así la censura, pues lo que están oyendo es pornografía auditiva e incitación al pecado. Mi padre comprende entonces que debe hacerse con aquel single de 45 a cualquier precio y llevárselo de vuelta al Cabagua, la única discoteca de Lequeitio. Esa canción será una revolución, facilitará las artes de la seducción en el terreno más difícil del mundo para el ligoteo estival, el País Vasco, tendrá barra libre todas las noches en el Kabaua y obtendrá la gratitud eterna de su cuadrilla. Es el momento pues de negociar con el encargado de esa boîte, y mi padre y su primo Juantxu prometen hacer todas las consumiciones que haga falta a cambio de llevarse ese single. El barman les dice que justo ese single les puede salir muy caro, no sabía que se enfrentaba a dos bilbaínos sedientos.

Al día siguiente, sin dinero y con gran dolor de cabeza, mi padre tenía consigo un pequeño vinilo, y leía el título de la canción: Je t’aime, moi non plus, de SergeGainsbourg y Jane Birkin, quizás la mejor canción del verano de todos los tiempos, sin duda el fuego prohibido de los dioses que efectivamente le trajo la gloria aquel verano que no recuerda ya por su año, sino por aquella canción. 

 

 

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