Hay pocas cosas en la vida que constituyan una fuente de felicidad tan fiable, pura e inagotable durante todas las edades del hombre y en todas las estaciones del año, como una buena croqueta o una buena pizza. Tengo muchas más opiniones que certezas o credos, pero esto que digo es algo que siento como una verdad que admite poca duda, y más aún tras meses de dieta en los que he adelgazado quince kilos y no he probado ni croquetas ni pizzas. Me encuentro preparando una escapada a Nápoles, mi primer viaje al extranjero tras la pandemia, y reservo en una pizzería que me recomienda un napolitano, Gorizia 1916, miro en instagram sus pizzas –últimamente me alimento más por instagram que por la boca– y hago un asombroso descubrimiento: la pizza de croquetas.
¿Será un infierno en la tierra o es una prueba más de la existencia de un Dios que de vez en cuando inspira a los hombres para crear obras que geniales que les acerquen a él por extraños caminos? ¿Y más importante, se puede pasear por las callejuelas de Nápoles una tarde de julio después de haberse comido esto? Pero sin duda, la pregunta más acuciante es esta: ¿quedará sitio después de la pizza de croquetas para comer la croqueta de pizza?
Sí, han oído bien, en Gorizia no sólo han creado la pizza de croqueta, no estamos ante un one-trick-pony, estos maestros son también son los creadores del crocchettone, una pizza enrollada, empanada y frita, cuyo nombre no deja lugar a dudas: el croquetón.
Cuento las horas…