Descubro en el periódico que Quim Torra y yo nos hemos paseado con la misma foto de Churchill hoy. Hasta ahí la casualidad. Detrás de su foto, que exhibía en el bolsillo de su chaqueta junto al preceptivo lazo y el irrenunciable pin (borrachera constante de símbolos, ya se sabe que el indepe tiene vocación de hombre-pancarta), solo hay postureo, en su fantasía este tipo un día se despierta siendo Churchill y al siguiente se siente Mandela, Ghandi o MLK. Por lo visto Torra hoy amaneció soñando que estaba luchando contra los panzers y los messerschmitts. No tiene reparo alguno en apropiarse de cualquier épica libertaria, para el un catalán (indepe) de hoy es un negro americano en los años 40 que no tiene derecho a sentarse junto a un blanco en el tren, un judío en la Alemania de los años 30 y un inglés volando un solitario Spitfire entre un vendaval de cazas alemanes.
La foto de Churchill que yo he paseado por una playa gris no me cabía en el bolsillo como él, detrás hay 1000 páginas de lecturas para enfrentarme a las lluvias del verano en el norte. Es la versión resumida de sus memorias de la Segunda Guerra Mundial. Convendría que Torra leyera (o releyera) el principio de estas memorias, se daría cuenta de lo poco que tienen que ver su lucha y la de Churchill, este último describe en los primeros capítulos cómo personajes desprovistos de cualquier atractivo o talento, como Torra, se encaramaron al poder en una época de clases medias empobrecidas, resentidas y desilusionadas que solo encontraron un cierto consuelo a sus agravios reales o supuestos en los discursos nacionalistas de la patria feliz y la gloria nacional restituida. El final de esa historia lo conocemos todos, pero es mucho más importante conocer el principio.