Me pasa con los solos de guitarra lo mismo que con las bebidas que bebíamos a la edad en que me empezó a gustar el rock, me empalagan. El kalimotxo y el solo the Thunderstruck de ACDC me saben parecidos, igual que la crema de Baileys y el espesamiento progresivo del Stairway to Heaven de Led Zeppelin.
Era esa época en la que uno descubría el alcohol y el rock and roll a la vez, y había un efecto sinérgico entre ambos, tras un número crítico de chupitos, el momento de solo hacía de interruptor para que uno pasara a formar parte de la canción y hasta del grupo, empuñando una invisible air guitar y sacudiendo la cabeza, silenciando a todo el mundo para que respetaran religiosamente ese sónico clímax que solo los grandes de la guitarra podían ofrecer.
Los solos de guitarra que más me gustaron entonces ahora me aburren, cuando no me producen resaca retroactiva. Puedo decir que los recuerdo todos, nota a nota, y que sería capaz de reproducirlos perfectamente en mi intangible air guitar si me lo pidieran, pero como diría BB King, the thrill is gone. Debe ser que con la edad a uno le empieza a interesar más la voz, el ritmo y la melodía, o empieza a preferir otras formas de música que se presten más al fraseo de instrumentos individuales, como el jazz o la música clásica. O se vuelve un hombre blandengue, huérfano de rock.
En todo caso, hay solos de guitarra que se han salvado de la quema y me siguen produciendo una honda emoción, algunos de ellos contra todo pronóstico, como éste en Baby it’s You de los Beatles, que a pesar de su sencillez y su brevedad me parece todo un detalle de buen gusto con ese vibráfono a dúo.
Luego está este otro en I’m set free de The Velvet Underground (en el 2.10), algo lánguido, grave, desacelerado, como un lamento sobre esa batería aporreada. Cuando lo escucho siempre me sabe a poco, siento que quisiera que durara una hora más, es una canción que casi siempre consigue, en el momento de ese solo, transportarme a un estado de ánimo en que me apetece estar solo en un coche conduciendo por una carretera vacía sin saber muy bien a dónde. Tiene algo de embriagador.
Otro solo que me da un poco de la misma medicina que el de I’m set free, pero en una dosis más abundante aunque no tan intensa, es el de Rumble Tumble de los CCR. Es un solo que está muy escondido en una descarga de power chordes (empieza en el 3:37), de hecho casi ni es un solo, es una repetición constante de la misma frase, no funcionaría tan bien sin todo lo que tiene al lado, pero hay algo en esa repetición que lo hace perfecto. Igualmente, música perfecta para el coche, y la misma sensación de que no quiero que se acabe nunca, me molesta cuando vuelve el riff y la voz, por muy buena que sea la canción, se pierde toda esa atmósfera y se acaba el viaje.
El siguiente no es exactamente un solo de guitarra, sino de tres cubano electrificado. El del cieguito maravilloso, Arsenio Rodríguez, en una canción de su última época, Para bailar el montuno. La canción es un son-montuno raro, el timbre del tres es áspero, y es eléctrico de una manera muy primitiva, suena a un apaño DIY de ferretería de barrio, pero le da un sonido garajero muy sorprendente en una canción cubana tradicional.
El último que incluyo es el de la canción Dissan Na M’Bera, de un grupo infantil de los 60 de Guinea-Bissau, Super Mama Djombo. No sé muy bien dónde empieza y dónde acaba el solo, no sigue el patrón de la canción de Rock en que supone una especie de eje vertical incrustado en una canción por lo general bastante horizontal. Los solos de esta guitarra van fluyendo con la canción, a veces apoyándose en las voces o en los bongos, de forma muy atmosférica, suenan claramente a algo muy lejano, muy fuera del tiempo. Claramente un guitarrista que nunca entrará en las absurdas listas de guitarristas del Rolling Stone, pero a mí me basta esta canción para ponerlo en mi Olimpo de solos.