Historia de un autógrafo de Leonard Cohen y otro de Joaquín Sabina

UN AUTÓGRAFO DE LEONARD COHEN

Salvo Danny Zuko, todos descubrimos pronto y con tristeza que los amores de verano rara vez resisten la vuelta a la rutina. El final de agosto era aquel momento lacrimógeno en que se desintegraban las relaciones efímeras del verano, como se desintegran las estrellas fugaces al entrar en la atmósfera del planeta en que vivimos. Uno aprendía que  al colegio y la rutina siempre se vuelve, pero que al verano pasado no se vuelve jamás. Esto se vive como una terrible certeza hasta que de repente, al final de COU, llega un día en que se acaban incluso la vuelta al colegio y a toda rutina. Ésta es la gran prueba de estrés de la amistad y de los romances escolares. Uno nunca sabía quiénes se quedarían en su vida y a quiénes no volverá a ver jamás (hasta la invención de Facebook).

En 1994, último año de colegio, yo andaba enamorado de una chica de clase, Virginia, y según avanzaba ese verano interminable que precede a la universidad, ese periodo único en la vida tras el cual no hay vuelta a la rutina y uno no vuelve a nada de lo que conocía, crecía en mi el funesto presagio de que Virginia no volvería a mí jamás. Fue por esas fechas que Juan Carlos Melero, un inmenso fotógrafo que fue todo un maestro para mí, me llamó para que le asistiera con unas fotos que iba a hacerle a Leonard Cohen.

Por aquel entonces yo ya había descubierto que con los discos de Neil Young y Leonard Cohen de mi madre era más fácil crear el tipo de ambiente en que se genera la posibilidad de un beso que con mis discos de los Stooges, y por supuesto ya le había puesto a Virginia el disco de Cohen más de una vez. Me llevé a la sesión de fotos el mágico vinilo del ligoteo para que me lo firmara LC, que resultó ser un auténtico caballero que no tuvo ningún problema en parar la sesión, saludarme y preguntarme qué debía poner en el autógrafo. En ese momento tuve la ocurrencia de pedirle que nos lo firmara a Virginia y a mí, pues pensaba que estando unidos indisolublemente en un autógrafo de Cohen, aumentaban mis escasas probabilidades de salvar la relación, «te das cuenta, Virginia, compartimos cálidos saludos de Leonard: tú y yo juntos para siempre en la misma carátula.»

Los warm regards de Leonard no fueron suficientemente warm como para calentar el corazón de Virginia, y hasta donde me llega la memoria, creo que ella me dejó a los pocos días. Es más, no sé si llegó a ver este autógrafo jamás. Al dolor del desamor, se unía el fastidio de tener un disco autografiado que me recordaba constantemente mi pérdida. Pensaba que lo único peor que tener su nombre en uno de mis discos favoritos habría sido haberme tatuado su nombre. Con el tiempo además, he tenido que dar explicaciones a las demás mujeres a las que traté de imbuir de romanticismo con el bardo canadiense, ¿quién es esa Virginia de tu disco de Cohen, por qué está dedicado a los dos? Pregunta que ahora mismo me hacen mis tres hijas cuando saco los vinilos de una caja de mudanza.
img_0400

UN AUTÓGRAFO DE JOAQUÍN SABINA

Había en mi colegio un chico al que llamaré J, que nos aseguraba que había llamado por teléfono a Joaquín Sabina y se había tomado un café con él. Ninguno le creíamos, pero insistía en ello con tanta persistencia y tanta indignación por verse cuestionado, y repetía con tal perfección todos los detalles de la increíble historia por la cual había conocido a Sabina, que algunos la dieron por cierta. J, que podía recitar de memoria la letra de cualquier canción de Sabina como un ayatollah recita el Corán, contaba que se limitó a llamar al 3692230 (en esa época no había que poner el prefijo), que era el número que salía en la canción Estaban todos menos tú y que como por lo visto sabe bien la gente que escucha a Sabina, éste «jamás miente en sus canciones» de modo que el número debía ser el de su novia:

(…) estaban todos menos tu

todos menos tu

y yo marcando el 369 22 30

como un idiota para oirte repetir

en el contestador que te has largado de madrid.

J aseguraba que una mujer le cogió el teléfono y que él preguntó por Joaquín, a secas, y al otro lado, la mujer haciéndose la loca le dijo «¿qué Joaquín?», y él contestó con mucha seguridad «pues que Joaquín va a ser, Joaquín.» Y que sonó tan convincente que de repente se le oyó a Joaquín Sabina decir, «anda, pásame el teléfono» y hablaron y quedaron a tomar un café. Después contaba cómo Joaquín (J. se refería a Sabina siempre como Joaquín) era un tipo muy normal, muy simpático, no se lo tenía nada creído, etc… La verdad es que J había construido bien la mentira, y aunque a mí no me cuadraba, claramente era imposible para unos estudiantes de BUP corroborar aquella historia.

Algún tiempo después, y de manera bastante fortuita, acabé en un fiestón de los padres de un amigo, y allí sentado en el suelo de un pasillo de la casa, reconocí a Joaquín Sabina. Es de esas cosas que le hacen a uno pensar que quizás dios exista y todos al fin y al cabo nos llevaremos nuestro merecido. Me hice inmediatamente con un papel y bolígrafo y fui directamente a donde estaba, algo envalentonado tras un par de chupitos, y ahí mismo le conté toda la historia de J, y le pregunté si era cierta. El tipo se rió, y aceptó de buena gana firmar una declaración al respecto, que acabo de encontrar hace un par de diás. Adjunto foto y la transcribo aquí:

Nunca he tomado café ni conozco a J. Miento en todas mis canciones, pero no tanto como J.

Joaquín Sabina

No recuerdo bien qué pasó cuando volví a ver a J, creo que ya estábamos fuera del colegio y que nunca lo vio hasta que hace tres diás se lo mandó un amigo mío que conserva su contacto. J se rió bastante por lo visto, y dijo que ese documento había que guardarlo bien.

3 Comments

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s