
Me he despertado recordando un sueño muy nítidamente. Voy a acudir a un encuentro de antiguos alumnos del colegio. Los organizadores del evento se han empeñado en que nos organicemos para hacer un espectáculo de bailes y coreografías en el escenario del salón de actos, obviamente con canciones de la época. Yo me niego a preparar un número, iré solo a mirar, que ya se me hace duro. Todo el mundo me insiste, la gente está perdiendo la cabeza con disfraces elaboradísimos y ensayos interminables para actuaciones muy corales y vodevileras. Al final decido no ser un triste de espíritu y me animo a salir al escenario pero ya no queda nadie con quien bailar, de modo que tendrá que ser un aterrador espectáculo en solitario. Tengo entonces la feliz idea de hacer un baile punk con muletas homenajeando al Cojo Manteca. Ensayo con las muletas por la plaza del 2 de mayo, saltando por encima de las mesas de las terrazas y de la gente allí sentada que me observan casi con tanto asombro como el que a mí me causan mi destreza acrobática con la muleta. Estoy descubriendo un talento que no sabía que tuviera, me está incluso sobrando una pierna. Me ato el pie al muslo para parecer cojo de verdad.
El día del baile mi hermano me presta un antiguo loro plateado con dos pletinas, como de rapero del Bronx. Dentro hay un casete de The Vandals con su versión del Kokomo de los Beach Boys. Empiezo a pensar que quizás esa sea la canción que debo de poner. Se me ocurre bailar por el pasillo de la platea, saltar encima de los respaldos de las sillas y de allí al escenario, stage divings, cosas muy locas, siento que las muletas son alas. Me despierto, estoy de buen humor desde que abro los ojos.