
Empezando hoy Absalom, Absalom, de Faulkner. De repente, este fragmento que he tenido que fotografiar, compartir y aplaudir. Esto es escribir.
En el año en que esta novela fue publicada, Faulkner pasó largas estancias en Hollywood, haciendo dinero como guionista de Howard Hawks, trabajo que ansiaba poder abandonar definitivamente porque sentía que le vaciaba por dentro. A Fitzgerald y a unos cuantos más les pasaba lo mismo, vivían de Hollywood a su pesar y buscaban como fuera independizarse para escribir la gran novela americana.
No conozco a muchos guionistas de hoy que sueñen con dejar el guión para escribir novelas, pero si que conozco a más de un novelista que quiere ser guionista. Un compañero guionista me dice que la novela, y el novelista, han perdido su prestigio social. Un amigo guitarrista le contradice y asegura que el novelista es el único que aún folla estando gordo y con canas, y puede ir a cualquier cena de postín y mear en un florero y la gracia se le ríe, incluso se le aplaude, por el hecho de ser novelista. No sé si esto sigue siendo cierto del novelista, pero desde luego que un guionista no puede hacer eso y nunca ha podido hacerlo (lo de Mank liándola en la mansión de Hearth es fantasía). Al guionista no siquiera le invitan a cenas de postín, al que invitan es al director –y el que invita es el productor. En todo caso es el guitarrista / trovador el que tiene el poder de conducir a los comensales a esa zona difusa de la noche en que cualquiera cosa puede ocurrir.