
Ahora que los colegios están cerrados, me he topado con este pasaje que me ha impresionado. Con qué agradecimiento y con qué cariño habla Camus del profesor que le descubrió todo un mundo al que de otro modo, siendo hijo de una inmigrante española analfabeta y viuda, jamás podría haber accedido: el de la literatura y la filosofía. Es maravillosa la manera en que Camus celebra en “El primer hombre” aquello que hubo de bueno en su dura infancia de pied-noir pobre. Ni una sola línea de rencor o de amargura, ni exhibición vanidosa de la miseria superada, ni revanchista orgullo de clase, ni complacencia alguna, solo una mirada llena de ternura, amabilidad y comprensión hacia la gente que le tocó a su lado y los barrios de su infancia argelina. Imposible no preguntarse por cuántos niños -que como Camus, solo salen de la sordidez de sus familias cuando están en el colegio- estarán contando los días para volver junto a ese profesor que les ofrece la posibilidad de imaginar para ellos una vida distinta.