Toda la noche m’alumbres

La semana pasada dormí solo en el campo, a unos quince kilómetros de la población más cercana, en plena dehesa. Cuando apagué la lampara de la mesilla de noche, comprobé que por las ventanas del dormitorio no entraba otra luz que la de la luna llena. El cielo se veía al fin desnudo, sin ese potente filtro púrpura que imponen los neones de la ciudad. Me asomé a la ventana y pude distinguir los caminos de tierra, aparecían iluminados como trazos pálidos entre el pasto oscuro. Cualquiera que conociera un poco ese terreno, podría haberse adentrado en la sierra sin más luz que aquella. 

Me vino a la cabeza un par de versos de esta jarcha de la edición que hizo Dámaso Alonso del Cancionero y Romancero Español, y que guardo en casa como un tesoro. 

Como no conseguía recordar la letra exacta, me puse a buscar en internet y encontré esta otra versión que aparece en el Cancionero de Uppsala, una recopilación de canciones españolas impreso en Venecia en el siglo XVI, que fue descubierta en una biblioteca de Upsala, Suecia, a principios del siglo pasado. 

AY, LUNA QUE RELUCES

¡Ay, luna que reluces,

toda la noche m’alumbres!


¡Ay, luna tan bella,

alúmbresme a la sierra,

por do vaya y venga!

¡Ay, luna que reluces,

toda la noche m’alumbres!

No fui capaz de encontrar aquella versión que conocía, y en la que recordaba cómo el poeta hablaba de su amada, bajo la luz de la luna. Sin embargo, ésta me resultó más interesante, más misteriosa en su sencillez. Ambas están hechas en la misma fragua, pero la primera es un lugar común, el lamento de amor, y una imagen reconocible, la amada bajo la luz de la luna. En la de Uppsala sólo hay un paisaje y mucha soledad, un caminante en la noche que conjura a la única luz que queda para que le alumbre el camino mientras se adentra en una oscuridad más grande y salvaje, la de la sierra. 

Tras la lectura, vuelvo a mirar los caminos de tierra en que la luna hace brillar los charcos, y me estremece la idea de que ese conjuro centenario que un caminante hizo a la luna para que le alumbre en su viaje hacia la oscuridad, haya sobrevivido a la noche de los tiempos tras un trayecto tan largo: de una sierra como la que ahora contemplo por la ventana llegó a una imprenta de Venecia, desde ahí saltó hasta una biblioteca en Suecia donde pasó 400 años olvidado, después alguien lo rescató y lo reeditó, cien años después lo subieron a Internet y una noche de luna llena, al mirar un camino que penetra en la sierra andaluza, este lector del siglo XXI lo encontró, y se puso a fantasear con que quizás fuese aquel el momento en que aquella canción completara su largo viaje de vuelta al origen.

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