De Si Hablar o Callar

“Todo es movimiento, sin dirección y sin objeto,” repetía de una forma u otra el solitario Montaigne encerrado en la biblioteca circular de su apartado castillo, donde escribió sin continencia, con la firme convicción de que en su interior se escondía una imagen de la humanidad entera; con la esperanza de que el lenguaje que empleaba para cartografiarse estaba compuesto por los mismos engranajes que articulan el universo.
“Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano,” escribía Montaigne en la introducción a ese extraño libro donde su imaginación halló un lugar para pasearse erráticamente, para vagar y divagar sin obstáculos.

El viejo del castillo, para no perderse en aquel laberinto de ausencias donde le dejaron las muertes de su hijo y de su mejor amigo, el poeta La Boètie, quiso creer que su libro era el mundo que ya no estaba y el mundo que aún era, y más aún, el mundo que siempre sería. Montaigne quiso ser su libro, quiso ser el texto circular en que se auto-escribía “sin dirección y sin objeto,” y es que aquel libro estaba habitado por un narrador que fue para él, tras la muerte de La Boètie, el único interlocutor que jamás agotaría los caminos de la curiosidad, que no se avergonzaría de inquirir sobre lo frívolo, lo profundo o lo oscuro, en definitiva, el único interlocutor capaz de devolverle, como un espejo liso, la auténtica dimensión de su existencia.

Todo aquello que el interlocutor fuera incapaz de extraer, por efímero o por inexplicable que fuera, dejaba de formar parte de esa reproducción de su alma, de ese autorretrato de sí mismo que fluye como una corriente, desbordándose sobre la memoria de todo lo que conoció –cosas, personas, lugares, escritos– estrellando el caudal del pensamiento ininterrumpido contra todas las preguntas, todas las terribles dudas, toda su fe en los grandes principios.

Somos nuestras vidas. Olvidar u omitir es mutilarse, es derruir o dejar incompleto el testimonio del universo que nos habita. El que calla porque se avergüenza o se asusta de lo que ha visto fuera o en su interior, renuncia para siempre a una parte de su ser. Todo puede decirse, todo puede contarse: todos podemos aspirar a transustanciarnos en lenguaje, a vivir para siempre en las palabras. Todo lo que encoframos bajo el silencio termina engullido por la nada. La nada engorda a costa de todo lo que en nosotros ha existido.

Los Beatles en un momento de clarividencia psicodélica cantaron «there’s nothing you can sing that can’t be sung». El poeta Kavafis despreció a los que elevaban el silencio a un misterio superior a todo lo que pudiera revelar el lenguaje: «Oh, sí, hablaremos, hablaremos – no es nuestro el silencio desde que nos crearon en la imagen de la Palabra» (La Palabra y el Silencio). Y varios cientos de años antes lo dijo el rabino Sem Tob de Carrión en la Castilla medieval (en cursiva la traducción al castellano moderno de alguna palabra arcaica):

el fablar es clareza,

el callar escureza;

el fablar es franqueza*

e ‘l callar escasseza,
*generosidad
el fablar ligereza*

e el callar pereza,

e el fablar riqueza

e el callar pobreza,
*prontitud
el callar torpedat

e el fablar saber;

e callar çeguedat,

fablar vista aver.

Cuerpo es el callar

e el fablar su alma;

omre es el fablar

e el callar su cama;

el callar es dormir,

el fablar despertar;

el callar es premir*,

el fablar levantar;
*reprimir
el callar es tardada

e el fablar aína*;

el fablar es espada

e ‘l callar su vaína.

*presteza
Juan empezó su evangelio diciendo, como nos repite Kavafis en su poema, que la Palabra es aquella chispa de inteligencia que dio un alma a esa masa tenebrosa que era el universo antes de estar habitado por nuestras conciencias. Epicuro es el primer pensador que no cree que el lenguaje es una invención divina que preceda al hombre, ni el hombre un ser hecho a imagen del lenguaje: el poeta Dante le reservó el papel central en el infierno de los ateos.

Quién pudiera creerse, como Ion, el poeta al que puso voz Platón en un diálogo, que uno no es más que un pedazo de hierro inerte, y que las musas cuando acuden, son el imán que se pega a nosotros para conferirnos un magnetismo que atrae todas las ideas y las historias que flotan a nuestro alrededor. Quién pudiera invocar a las musas con las viejas liturgias del poeta antiguo, reivindicar la fe en la Palabra, asumir la responsabilidad de no alimentar a la nada, proclamar las ganas de ser lenguaje. Quién pudiera creer en que fuimos creados a imagen y semejanza de aquella Palabra que deshizo por siempre el silencio del universo.

En algún carnaval nos disfrazaremos con sábanas púrpuras, que envuelvan el cuerpo como una túnica, llevaremos una copa de vino en alto, y cantaremos una invocación: Oh Musa canta a través de mí, guía tú mis dedos sobre las combinaciones que contiene mi teclado, llévame a través de este silencioso vendaval de horas muertas. Que el tedio no se convierta en una crisálida de efecto invertido, donde entremos como mariposas cansadas y salgamos como larvas. Algo alumbrarás que merezca la pena no ser entregado al mármol.

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SUPLEMENTO AL POST:

(a modo de bibliografía)

1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. 2 El era en el principio con Dios. 3 Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho. 4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 5 La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

–Evangelio según San Juan
Si fuesse el fablar

de plata figurado,

figurarie ‘l callar

de oro apurado.
–Sem Tob de Carrión (1290-1369), citando un proverbio de origen semítico
EL SILENCIO Y LA PALABRA
El Silencio es de oro, de plata la palabra*

¿Qué bárbaro ha pronunciado tal blasfemia?

¿Qué asiático designio, ciego y mudo condena

a un silencioso destino? ¿Qué pobre loco,

a toda humanidad extraño, insultando la virtud,

llama quimera al alma y plata a la palabra?

Tú que a la palabra llamas plata y oro al silencio, no tienes fe

en ese futuro que disolverá el silencio, misteriosa palabra.

No te jactes de tu sabiduría, que el progreso no te embobe;

con la ignorancia–dorado silencio–pareces tener bastante.

Eres un enfermo. El insensible Silencio es grave enfermedad;

pero más allá de donde seguro te sientes, la Palabra es vida.

Sombra y noche es el Silencio. Día de luz la Palabra.

La Palabra es verdad, inmortalidad, vida.

Oh sí, hablaremos, hablaremos–no es nuestro el silencio

desde que nos crearon en la imagen de la Palabra.

Oh, sí, hablaremos, hablaremos–desde nuestro interior

el espíritu expresará divinos pensamientos.

*Kavafis se refiera al mismo proverbio de origen semítico que cita Sem Tob. La traducción del griego moderno es de José María Álvarez, para la editorial Hiperión

–Konstantino Kavafis (1863-1933)

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RePost de un blog abandonado, lo publiqué en marzo de 2006.

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