Cada vez que escucho Have a nice day me dan ganas de contestar fuck you. Es una expresión a la que no fui capaz de acostumbrarme en estos últimos cuatro años que he residido en Texas. Actúa sobre mí como la gota malaya: cada vez que el cajero de turno o el oficinista que me encontraba en el ascensor me lo repetía, la expresión rebotaba en el mismo punto de mi mente, erosionando lenta y metódicamente todas las capas de urbanidad y civismo con las que está revestido el escudo psicológico de la paciencia. Afortunadamente acabo de regresar a la cálida antipatía de los españoles, porque sospecho que hay un número crítico de haveanicedays a partir del cual uno saca una pistola y se lía a tiros en un centro comercial. Estar rodeado de perfectos desconocidos que no dejan de expresar diariamente su deseo de que todo en tu vida sea nice es algo verdaderamente terrorífico. ¿Qué les he hecho yo a ellos para que me deseen algo así? Yo que siempre trabajo para que la vida de los demás tenga un poco de desgarro, un poco de absurdo, un poco de exceso, un poco de belleza, un poco de anhelo.
El haveaniceday pertenece a una forma de hablar que pretende incrustar en el lenguaje que usamos en público todo tipo de dispositivos de seguridad para evitar los bordes cortantes o las quemaduras, al igual que se protegen las tijeras para niños o los mecheros de cocina. Así se construye el discurso de la corrección política, cuya inocuidad amenaza con condenar a la humanidad al letargo de la banalidad. Por eso no es de extrañar que muchos queramos recibir de vez en cuando un buen bofetón de realidad que nos despierte a la vida.
Para muchos ha sido algo verdaderamente refrescante y liberador la llegada al espacio público de personajes que invitan a una conversación en la que se pueda abordar lo que a uno le asusta y le repugna sin tener que someter su discurso a la autocensura de la corrección política, donde uno queda extenuado asegurándose de la profilaxis del término con el que se debe nombrar lo que en privado conoce por su nombre -LGTB, LGTBI, homosexual ¿pero ahora cómo coño debo llamar a los maricones para que no me lloren?
Tengo claro tras la elección de Trump que el imperio de la corrección política no es un fenómeno que haya contribuido a crear ciudadanos más respetuosos ni a arraigar valores cívicos, sino que todo ello se trata simplemente de una lingua franca que evita tiroteos en aquellos espacios comunitarios como el colegio o el gimnasio que los blancos heteropatriarcales se han visto judicialmente obligados a compartir con maricas, moros, negros y comunistas.
Lo que no me queda claro es qué va a ocurrir a partir de ahora con el lenguaje que se utiliza para las conversaciones en el espacio público. Una vez que los bárbaros se han desabrochado con alivio el corsé y han desparramado sin complejo sus lorzas, va a ser difícil que vuelvan a embutirse en él. Sobre todo porque en el corto plazo lo previsible es que esas lorzas engorden mientras dura esta fiesta que celebra el advenimiento de un líder que por fin a vuelto a llamar a las cosas por su nombre.
En cierto modo, soy optimista con la superación de la corrección política. Nos vuelve a recordar que el pensamiento deforme es como los culos deformes: no se corrige con una braga-faja, si no con ejercicio.